Tomiko Itooka, reconocida como la persona más anciana del mundo, ha fallecido a los 116 años. La noticia fue confirmada este sábado por un funcionario de la ciudad de Ashiya, Japón. Itooka, nacida el 23 de mayo de 1908, había logrado convertirse en un símbolo de longevidad y fortaleza, marcando una vida llena de anécdotas que la hicieron única.
Con un gusto especial por los plátanos y el Calpis —una popular bebida japonesa con sabor a yogur—, Tomiko era conocida por su energía y alegría. Incluso tras haber vivido más de un siglo, conservaba un espíritu vivaz, recordando que la vitalidad no depende de los años, sino de la actitud.
De joven, fue jugadora de voleibol en la escuela secundaria y mantuvo su amor por la aventura a lo largo de su vida. Escalar montañas era una de sus actividades favoritas, y llegó a conquistar dos veces el Monte Ontake, de más de 3,000 metros de altura.
La vida no siempre fue fácil para Itooka. Durante la Segunda Guerra Mundial, administró la oficina de la fábrica textil de su esposo y, tras enviudar en 1979, vivió sola en Nara durante muchos años. Pese a las adversidades, nunca perdió su carácter fuerte ni sus ganas de seguir adelante.
Cuando el año pasado se enteró de que había sido reconocida como la persona más anciana del mundo, su respuesta fue simple pero significativa: “Gracias”. Fue una frase que reflejaba la humildad y la serenidad con las que vivió cada día de su larga vida.
Su última celebración de cumpleaños fue un momento especial. Recibió flores, un pastel y una tarjeta del alcalde de Ashiya, gesto que la conmovió profundamente. Ahora, su legado permanece en sus hijos, nietos y todas las personas que encontraron inspiración en su historia.
Con la muerte de Itooka, el título de la persona más anciana del mundo pasa a manos de la monja brasileña Inah Canabarro Lucas, nacida solo 16 días después de Tomiko. Aunque los récords seguirán cambiando, hay algo que no caduca: la enseñanza que dejan estas vidas extraordinarias.
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