Encuentran otro campo de exterminio en Guanajuato
- guizarnoehmi
- 21 mar
- 2 Min. de lectura

En un rincón olvidado de Guanajuato, a unas horas de la capital del estado, se esconde un oscuro secreto que pocos se atreven a mencionar en voz alta. Yuriria, un municipio que alguna vez fue símbolo de tranquilidad, ahora es un territorio marcado por el miedo. En el poblado de Buenavista, un presunto campo de reclutamiento y adiestramiento del Cártel de Santa Rosa de Lima operaba en la sombra hasta que las autoridades estatales lo aseguraron en enero. Sin embargo, la violencia dejó cicatrices profundas que todavía sangran.
El sitio se divide en dos partes: una casa modesta a pie de la avenida principal, con recámaras austeras, una sala sin vida y un patio que alguna vez albergó a los reclutas. La otra sección, más oculta, se encuentra apenas a unos metros de un plantel de telesecundaria y de un kínder, lugares donde la infancia debería crecer ajena al terror. Pero en Yuriria, los niños conviven con la incertidumbre.
Hoy, el predio luce desolado. La vivienda de portón negro, con un candado como única defensa, parece una metáfora del frágil control sobre la violencia. La fachada rosa de otro inmueble destaca entre el polvo y el abandono, con los sellos de la Fiscalía pegados como un recordatorio de lo que ahí sucedió. En el interior, las manchas hemáticas en el suelo, los cristales rotos por impactos de bala y los objetos olvidados por quienes alguna vez lo habitaron cuentan una historia que no necesita palabras.

Fue en enero cuando las autoridades intervinieron, desmantelando el centro de adiestramiento tras un enfrentamiento que dejó a diez personas sin vida. Desde entonces, el miedo se instaló en los pocos habitantes que aún resisten. "Tenemos miedo por las noches", confiesa un hombre de avanzada edad, cuya casa colinda con la primera sección del campamento. Con la voz temblorosa, admite que no ha visto directamente a los hombres armados que merodean, pero los rumores son suficientes para mantenerlo en alerta constante.
Otro vecino, montado en su burro, apenas responde cuando se le pregunta si aún es posible vivir en paz. "No, señor", dice con resignación. Recuerda que todo se agravó en septiembre del año pasado, cuando una balacera nocturna encendió las alarmas. "Esa sí fue desquitera... Empezó como a las 11 de la noche y duró hasta las seis de la mañana", relata, como si cada palabra trajera de vuelta el estruendo de los disparos.
Las calles de Yuriria ahora son testigos de un éxodo silencioso. Familias enteras han abandonado sus casas y huertas, dejando atrás sus raíces en un intento desesperado por huir del crimen organizado.
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