En un pueblo tranquilo de Francia, una verdad escalofriante salió a la luz: 50 hombres, de todas las edades, profesiones y estilos de vida, se convirtieron en los protagonistas de uno de los casos de abuso más atroces que el país haya conocido. ¿El epicentro del horror? La casa de Dominique Pelicot, un hombre de 72 años, quien drogó a su esposa Gisèle durante más de una década para facilitar que otros abusaran de ella.
Esta semana, después de meses de juicio, los acusados escucharon sus sentencias. Dominique, el arquitecto de este infierno, recibió 20 años de prisión, la pena máxima. Otros 46 hombres fueron encontrados culpables de violación; algunos enfrentan penas de hasta 15 años. Dos más fueron sentenciados por intento de violación y otros dos por agresión sexual.
El grupo, apodado por los medios como “Monsieur-Tout-Le-Monde” (“Señor Cualquiera”), representa un microcosmos de la sociedad francesa: bomberos, enfermeros, militares, camioneros, e incluso un periodista. Todos ellos alegaron desconocer que Gisèle estaba inconsciente y no podía dar su consentimiento. Pero las pruebas ―videos grabados por Dominique― desmintieron cualquier duda. Las grabaciones mostraron detalles perturbadores, desde instrucciones específicas para no despertar a Gisèle, hasta la evidencia de que algunos de los acusados sabían lo que ocurría.
La defensa intentó humanizar a los acusados. Se mencionaron historias de infancias marcadas por abusos, tragedias personales y el supuesto poder manipulador de Dominique. Pero nada de eso convenció al tribunal ni a la sociedad francesa. La pregunta que quedó flotando fue: ¿cómo tantos hombres eligieron participar en algo tan atroz y, peor aún, guardar silencio durante años?
Gisèle, ahora una sobreviviente, expresó su incredulidad: "No me violaron con una pistola en la cabeza. Me violaron con plena conciencia. Ni uno solo de ellos fue a la policía". Su testimonio es un recordatorio desgarrador de la deshumanización que sufrió.
Este juicio es más que una historia de justicia tardía. Es un espejo oscuro que refleja las profundidades de la complicidad humana y la facilidad con la que “la gente común” puede cometer actos impensables. Francia, y el mundo, seguirán reflexionando sobre este caso mucho después de que las sentencias hayan sido dictadas.
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